Rubén Szuchmacher
“El sentido de la política es la libertad”
¿Qué es la política? Hannah Arendt
Todos los días leemos en el diario noticias sobre política. Esto produce diversos efectos en nosotros, a veces interés, otras indiferencia, otras verdadero desagrado. La política está sospechada en nuestro país sobre todo después de las revueltas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Sin embargo, esas mismas revueltas volvieron a hacer entrar en escena a “la política”. La ciudadanía toda pareció darse cuenta de las causas del estado lamentable en que nos encontrábamos: se había roto la ilusión de “lo económico” como única solución tal como lo había planteado el neoliberalismo y se volvía a comprender que “volver a la política” era en realidad la posibilidad de intentar modificar el estado de las cosas. Contradictoriamente se creyó que la culpa de todos nuestros males la tenían “los políticos”, esos señores y señoras que sentados en las oficinas públicas y en el parlamento dirigían, casi sin nuestro consentimiento, los destinos del país. Destino catastrófico según íbamos constatando, pero que sufría (y sufre) los vaivenes de una población que se debate entre la política y la ilusión de su desaparición. Desde la reinvención de la democracia en el ’83, la ciudadanía se fue alejando paulatinamente de la política. Tal vez los años de la dictadura militar, que aterrorizó a todos de manera brutal, horrorosa, fuese la causa de que en el imaginario social se combinara política con terror y eso, internalizado, provocara que los ciudadanos negaran la instancia política, a la que culpaban de ser la causante de tanto horror. Ya muchos polítólogos y estudiosos del tema han tratado la cuestión con profundidad, por eso no quiero extenderme en él, pero quizá sirva para introducirnos en este otro tema de la política en el campo teatral. No podríamos hacerlo sin establecer una relación entre la situación política general del país y el campo particular del teatro.
Quizás debamos hacernos algunas preguntas. La pobreza o hasta la ausencia de la discusión política en los ámbitos artísticos ¿no seguirá extendiendo restos de represión provocados por la relación entre la política y el terror arrastrados desde el ’83 a esta parte?
Aunque en estos últimos tiempos, como decíamos, la política volvió a ocupar su lugar y relativamente “derrotó” a la economía, lo cierto es que todavía se sigue hablando de “economía” en los ámbitos artísticos, olvidando en ello los conceptos políticos que pueden sostener a los económicos
¿Quiénes son los participantes activos en la marcha de los acontecimientos o sea del accionar político en el campo de lo teatral? Forman parte de esto una enorme variedad de “especies” que van desde los artistas del teatro (mal llamados teatristas) hasta los espectadores, pasando por los técnicos, los docentes, los críticos, los investigadores, los funcionarios específicos de las instituciones teatrales tanto públicas como privadas, y también las asociaciones gremiales de actores, de autores, de empresarios de teatros comerciales o de los llamados independientes. Entre todos ellos se va formando una trama en la que se van accionando políticas que marcan el desarrollo de la actividad teatral, trama compleja ya que no es el mismo lugar político el del espectador que el del actor o el empresario teatral.
Se suele creer que la marcha de lo artístico es independiente de lo político. Es posible que algo de esto sea cierto en la medida de la cualidad de autonomía de la obra de arte. Pero también, en este campo se incluyen aquellas actividades teatrales que no son consideradas “artísticas” y que son sin duda, teatro. Que participemos de la ilusión de que cada uno desde su actividad, ya sea la de producir obras, ya sea la de criticarlas, o las de ver espectáculos no está participando activamente en la marcha, en el destino del teatro en general, no sólo se equivoca sino que además, dadas ciertas capacidades intelectuales, puede ser considerado como un acto de irresponsabilidad.
Veamos un ejemplo: en estos tiempos, la actividad teatral que tenemos está muy desarrollada. Existen muchos espectáculos y teatros en la ciudad y también en el país, se vuelve a hablar de la vuelta del espectador al teatro, se editan muchos libros sobre investigación y crítica teatral, pero en el hacer, en la actividad febril de la producción no aparece una pregunta que parece casi obligada ¿cómo fue que se llegó a esto y en donde estamos parados a partir de esto? ¿quién lo avala? ¿cuáles son los rumbos a los que se llega? Y esto es un pensamiento político sobre la situación, estas son preguntas políticas que implican una constante evaluación de los hechos.
Como muchas otras cosas, el pensamiento político desapareció de la reflexión en el campo teatral. Y no me refiero aquí a las obras que traten sobre temas políticos o eventos como teatro x la identidad, que apelan a la historia reciente o pasada. Me refiero al conjunto de acciones, y esto es política, que arman el diseño de teatralidades, de organizaciones, de discursos, que le dan materialidad al teatro.
En esta situación la política es inevitable, aunque se crea lo contrario, pero la construcción de la política en este entrecruzamiento se va dando sobre la política negada. Esta política del campo teatral llevó al rediseño de la actividad teatral apuntando a una hiperactividad que, si bien parece muy alentadora, en definitiva está montada sobre bases menos vivificantes que lo que se cree. Una de esas bases es la desocupación y la falta de trabajo en la sociedad en general y en la pequeña burguesía en particular, clase o capa que provee los sujetos que suelen dedicarse al teatro; la falta de perspectivas en los campos de trabajo tradicionales han hecho que la actividad teatral, barata y a sangre humana, se desarrolle de manera descontrolada, fogoneada por los proyectos políticos de los mentores de los gobiernos democráticos. Esto genera lo que se podría llamar la política de la reproducción: centros culturales, talleres de teatro por doquier, alumnos en las instituciones oficiales que desbordan el espacio físico de las clases, cantidades de salas y salitas, teatro gratis en calles y plazas, entre otras estructuras. Se puede pensar livianamente a partir de esta actividad incesante de lo artístico, en una sociedad que puede entregarse al ocio, puesto que tiene las necesidades básicas resueltas. Pero, en esto, hay más desesperación que verdadera vocación. Simultáneamente el público forma parte de la hiperactividad, alentando estas acciones. El consumo indiscriminado parece más una oferta y compra de supermercado que la participación en la cultura. En otros casos, llenando o vaciando los teatros con una lógica variable y compleja que se sujeta a sus propias posibilidades de formación social y cultural con las que participa en el arte teatral.
Otro ejemplo: la discusión estética o artística casi ha dejado de existir y esto es un acto de la política teatral. Los artistas, los críticos, los directores de los teatros oficiales, los investigadores, el público participan de esta ”desaparición” . ¿Qué significa esta “desaparición” de la discusión sobre el arte en este campo? No sólo significa el descrédito de la estética y de la reflexión artística sino que consolida la continuidad del pensamiento “económico” sobre el pensamiento “político”. Y en este caso lo político, es decir aquellas acciones para el desarrollo de una cosa, olvidan la “cosa” y se ocupan solamente de las cuestiones que hacen a su supervivencia, sin saber demasiado por qué y para qué.
Los participantes del campo teatral reproducen en el seno de ese campo las mismas características que tiene el país en cuanto a su organización política. En el caso del país en general lo que está en juego es el bienestar general con el derecho al trabajo, la educación, la salud, etc., en el campo específico del teatro lo que está en juego es la producción de obras teatrales en la que todos los agentes mencionados participan. No hay neutralidad, todos en el más mínimo acto, accionan sobre el campo en su conjunto y de esto, deberíamos hacernos definitivamente responsables. Los creadores del campo teatral, específicamente aquellos que se ocupan de producir: los directores, los empresarios, los actores, los académicos, parecen considerar que de ellos y sólo de ellos dependerá la valoración de la cultura y, entonces, imponiendo criterios que, allí donde suele haber materiales inexpresivos o creaciones confusas descubrirán y promoverán hechos supuestamente espirituales.
Insistiendo en ello, se cae en la tentación de olvidar lo complejo y en vez de considerarse parte de la compleja red artística se juega el papel de estar en un lugar superior, como miembro de una clase sobreelevada de lo teatral.
Si el campo teatral es parte del campo general, cómo no encontrarnos con las corporaciones culturales que dominan cada decisión en las instituciones públicas, como no ver la presencia de mafias, cómo no van a existir los pequeños negocios y los grandes negocios, en proporción claro, el teatro no es una industria cultural –como sostiene algunos equivocadamente – y entonces la circulación de dinero es verdaderamente pequeña en relación con la sí efectivamente industrias culturales.
Las discusiones económicas que tienen por tema los presupuestos anuales de los teatros, la acumulación de subsidios para la supervivencia, las obras que se crean bajo la guía de un posible festival o una gira, los criterios dominantes de comercialización, la recopilación de puntaje en la academia, todo esto forma parte del sistema económico que mide su producción a partir de modelos unívocos. En las formas de la sociedad competitiva, estas acciones se miden exclusivamente por el éxito en el mercado laboral. Y las reflexiones que se desprenden de ello están sujetas a este mercado. El pensamiento estético y teoría artística parece ser que son antieconomicistas.
¿Dónde se discute hoy de arte, de estética, de la Obra con mayúscula? ¿Dónde están los debates acerca del sentido de las políticas de gestión en los teatros oficiales? ¿Quién cuestiona hoy por hoy el significado de dedicar al teatro Nacional al teatro Cervantes sin ninguna relación crítica con el material textual histórico? ¿En donde hay reflexiones sobre la relación entre mercado y cultura en el campo teatral? ¿Quién polemiza con la creciente mercantilización en la formación de elencos en los teatros oficiales? ¿Dónde está el reconocimiento de que la política negada altera los criterios de becas y de cursos y que la hiperactividad que se mencionaba más arriba multiplica el sistema de premios?
La política se va haciendo a escondidas, sin debates, sin opiniones, en secreto, usando rumores, que son obviamente formas instrumentales de la política, pero que dejan el sabor de lo no constituido.
En otros casos, aún cuando hay reclamos y cuestionamientos, la táctica es la indiferencia, la anulación del otro, el dejar al otro con la palabra en la boca.
Pareciera que la sociedad teatral rehuye de las discusiones políticas porque no quiere verse cuestionada en la diversidad. Por eso omite la política, desarrollando la política negada, activando el autoritarismo como manera de control.
Me permito citar aquí a la filósofa Hannah Arendt, que en su obra incompleta: ¿Qué es la política?, escribe: “Aquí de lo que se trata más bien es de darse cuenta de que nadie comprende adecuadamente por sí mismo y sin sus iguales lo que es objetivo en su plena realidad porque se le muestra y manifiesta siempre en una perspectiva que se ajusta a su posición en el mundo y le es inherente. Sólo puede ser y experimentar el mundo tal como éste es “realmente” al entenderlo como algo que es común a muchos, que yace entre ellos, que los separa y los une, que se muestra distinto a cada uno de ellos y que, por este motivo, únicamente es comprensible en la medida en que muchos, hablando entre sí sobre él, intercambian sus perspectivas. Solamente en la libertad de conversar surge en su objetividad visible desde todos lados el mundo del que se habla. Vivir en un mundo real y hablar sobre él con otros son en el fondo lo mismo, y a los griegos la vida privada les parecía “idiota” porque le faltaba esta diversidad del hablar sobre algo y, consiguientemente, la experiencia de cómo van verdaderamente las cosas en el mundo.
Ahora bien, esta libertad de movimiento, sea la de ejercer la libertad y comenzar algo nuevo e inaudito, sea la libertad de hablar con muchos y así darse cuenta de que el mundo es la totalidad de estos muchos, no era ni es de ninguna manera el fin de la política – aquello que podría conseguirse por medios políticos; es más bien el contenido auténtico y el sentido de lo político mismo. En este sentido política y libertad son idénticas y donde no hay esta última tampoco hay espacio propiamente político.”
Siguiendo en esta línea de pensamiento, podemos decir que reinstalar el debate político, el accionar político, hacerlo claro y transparente, configurar espacios de debate reales, no ficticios, en todos los ámbitos: en los teatros, en organismos públicos, en la Universidad, en las escuelas de teatro, en la prensa, etc. podrá permitirnos transformar continuamente el campo teatral que requiere definitivamente de la libertad.
Agosto, 2004
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