25 mayo, 2009

EL BESO DE LA MUJER ARAÑA - OPINIONES


EL BESO DE LA MUJER ARAÑA
de Manuel Puig

Algunas opiniones sobre la puesta de "El beso de la mujer araña", de Manuel Puig, estrenada en El Cubo, el 4 de mayo, con la actuación de Huberto Tortonese y Martín Urbaneja, con voz en off de Horacio Peña y la producción de José Miguel Onaíndia y escenografía y vestuario de Jorge Ferrari, diseño de iluminación de Gonzalo Córdova y diseño sonoro de Barbara Togander. Completan el equipo, Fabiana Falcón, como asistente de dirección, Pablo Wittner y Fernando Madedo como productores ejecutivos. La dirección me pertenece.

Qué cada uno saque conclusiones:


Linkillo

Teatro épico
por Daniel Link
Si hay alguien en Buenos Aires capaz de recuperar el teatro épico tal y como Bertolt Brecht lo codificó a partir de 1927, es Rubén Szuchmacher, director de la puesta actualmente en cartel de El beso de la mujer araña de Manuel Puig (teatro El Cubo).De hecho, la puesta es rigurosamente brechtiana, en este sentido: Szuchmacher ha pedido a los actores que desempeñen el texto con la menor cantidad de inflexiones posibles, sin silencios, sin transiciones, a toda velocidad. El resultado es (como corresponde) extraño: Verfremdungseffekt.Podría objetarse que el texto de Puig no reclama un procedimiento semejante, pero esa objeción es banal: cualquier texto, finalmente, debería ser pasible de ser interpretado en los términos que la contemporaneidad nos reclama. Al principio (una vez que la puesta acaba de concluir) es inevitable sentir como falta el ilusionismo, la potencia afectiva de la pieza, etc... Pero con los días y las noches todo comienza a resonar de otro modo en la cabeza y es como una amplificación ensordecedora que por momentos asusta.Como es sabido que el objetivo del extrañamiento brechtiano es impulsar a los espectadores a la toma de decisiones, no podemos cesar de debatir internamente cuáles son las decisiones que, de nosotros, la pieza de Puig reclama. Mejor homenaje, pienso, no podría hacerse a un texto.Tal vez no sea Tortonese la persona más indicada para encabezar un experimento semejante porque, inevitablemente, muchos espectadores serán arrastrados al teatro por la fama de su encanto irresistible, que lo precede. Pero, en ese caso, y como en el cuento de Kafka, "El silencio de las sirenas", encontrarán que Tortonese tiene un arma todavía más poderosa que su canto, el silencio. Si la atracción es (desde su título) uno de los temas de El beso de la mujer araña, el experimento de Szuchmacher adquiere toda su dimensión y su sentido. Pero, insisto, para eso hay que dejar pasar unos días.


Montaje decadente
por Lucho Bordegaray

El lunes 4 de mayo por la noche estuve en el teatro El Cubo. Se había anunciado para entonces la función de prensa de El beso de la mujer araña, con producción artística de José Miguel Onaindia. Sin embargo, debe haber ocurrido algún error, porque pese a que se anunciaba que dirigía Rubén Szuchmacher, no vi ni vestigios de lo que sospechaba acerca de la dirección de Szuchmacher, y aunque se anunciaba la actuación de Martín Urbaneja, no vi nada del actor que he visto en Bacantes (simulacros de lo mismo), Ciudadela, Las descentradas y Chiquito. Sin embargo, sí pude ver un poco a Humberto Tortonese, el de siempre, siempre su personaje muy por delante del personaje propuesto por el autor.Sí, seguramente ha ocurrido algún error.


La Nación
Reflexiones sobre lo que pasó
En El beso de la mujer araña, los personajes ya no pueden conmover
por Carlos Pacheco


El beso de la mujer araña
Autor: Manuel Puig. Intérpretes: Humberto Tortonese, Martín Urbaneja. Voz en off: Horacio Peña. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova. Música original: Bárbara Togander. Asistente de dirección: Fabiana Falcón. Dirección: Rubén Szuchmacher. En El Cubo (Zalaya 3053). Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: buena

Una nueva mirada sobre esta divulgada historia de Manuel Puig promueve serias reflexiones. El beso de la mujer araña posee una trama que hoy resulta poco inquietante. Ese encuentro en la cárcel entre un homosexual y un revolucionario no tiene la intensidad que en su momento tuvo. El tiempo y los cambios en la historia no han distanciado a seres con esas cualidades. Y, si desde un mundo melodramático los viéramos cruzarse, seguramente nos conmoverían, pero seríamos muy piadosos con ellos y no estaría bien.
Rubén Szuchmacher propone tomar distancia de esos seres. Observarlos en su espacio natural, la cárcel, siguiendo unas rutinas que permiten reconocer quiénes son, qué buscan, de qué hablan y, de esa manera, traer a la memoria una década -la del 70- compleja en nuestra historia de país, pero en la que los diferentes terminaban muertos. Desde este presente ver a Molina (el homosexual) y a Valentín (el revolucionario) tiene su interés porque en la puesta de Szuchmacher resultan las mitades de un todo que, si alguna vez estuvieron separadas, hoy sabemos que pueden estar férreamente fusionadas. Hay algo de lo político que se cuela en la puesta y que quizás incomode porque esos personajes no conmueven, sino que simplemente muestran lo que fueron.
Dos actores muy opuestos -en su formación y su camino por la escena- le ponen el cuerpo a esos hombres de manera inesperada. Humberto Tortonese (Molina) asoma sumamente contenido y juega -sin su desparpajo habitual- con una criatura que conoce mucho, en la que confía, pero a la que no le da mayor trascendencia. Martín Urbaneja (Valentín) no carga con pasión a su personaje y esto lo desfigura en la justa medida para que, desde la platea, quienes observamos, reconozcamos que crecimos marcados por las diferencias y esas diferencias, como en la historia de Puig, no permitirán la llegada a buen puerto.
El espectáculo posee una severa intención: no nos riamos con las mariconadas de Molina, no nos pongamos serios con las reflexiones de un revolucionario setentista. Ya no hay espacio para eso.

Pagina 12
Por el amor o por la revolución
por Mercedes Halfon
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5271-2009-05-03.html

Szuchmacher viene de poner en escena a Máximo Gorki, a Arthur Miller, nombres que se escriben con mayúscula en la historia del teatro, nombres del realismo y sobre todo de un cierto clasicismo. No importa. Szuchmacher siempre logra hacer hablar a aquello que parecía enmudecido por el tiempo, puede hacer una maravilla con el Brecht más Brecht o con la pieza más ploma del realismo soviético. Y de pronto, llega a las manos de este director errático, cambiante, un texto de Manuel Puig, un escritor supuestamente no teatral que también hizo teatro. Pronto editorial Entropía va a editar el Teatro completo del escritor y uno podría preguntarse dónde se ubicará ese librote. En los anaqueles de qué, si en los de teatro o junto con sus novelas, porque Puig está más solo que un perro de playa en el teatro, es un autor que no se piensa como teatral, sino como un extranjero tanteando un territorio. Bien por él y lástima por la academia que se pierde tratar de entender, o simplemente disfrutar a Puig que sí es o también es–, pero ¡lo es!– un dramaturgo. Es más: El beso de la mujer araña es desde su primer momento, desde que era una novela y aún nadie la había adaptado, una obra de teatro. Con sus diálogos, con sus personajes antagónicos forzados a mirarse las caras todo el tiempo, y hasta con sus injertos teóricos explicativos y psicoanalíticos, es más teatro contemporáneo que ninguna otra cosa.
Szuchmacher cuenta que su mayor objetivo para la puesta fue “desmariconizar” a Puig. Un trabajo difícil, casi titánico, digno de su ojo y su mano expertos, porque hay que tener en cuenta que esta obra fue y sigue siendo víctima de un mal que Szuchmacher denomina la venganza de Hollywood. Dice: “Sucedió que a esta obra se le ha sobreimpuesto la película de Héctor Babenco que Puig odió, súper hollywoodense, con un William Hurt exagerado que todo el tiempo actúa como diciendo ‘ojo que yo no soy puto’, y la marcó por completo, hizo un proceso a la inversa. Sacarle el contenido maricón era muy complicado”. Trabajar en contra de esa imagen fue la apuesta de Szuchmacher en su abordaje de Puig, y lo hace al despojar al personaje de Molina de aquellas cualidades de mariquita tan subrayadas en las versiones anteriores, y al emparejar las edades de los personajes. Si bien en el texto se da a entender que Molina es un poco mayor que Valentín, el director prefirió que el militante estuviera encarnado por un actor que pareciera de la misma edad que su compañero. El elegido fue Martín Urbaneja, un actor del off con una carrera prominente. Molina y Valentín se convierten entonces en una pareja posible, se alejan de la trillada idea de pareja de marica viejo-chongo joven, abandonan ese lugar común para convertirse en dos que se fusionan en esta puesta, hacia un lugar mucho más inquietante.
La obra consigue volver a un Puig originario. Nos permite escuchar las palabras, lo que aun resuena fuerte, lo tramposo de un texto que parece reproducir formas de habla cotidianas, pero que en realidad inventa un lenguaje lleno de arcaísmos y poesía. No hay costumbrismo en El beso de la mujer araña, sino todo lo contrario: extrañeza, una oralidad inventada, que se aferra a modelos del pasado para reírse, para hacer con ellos otra cosa, bricolage pop, cinefilia emocionante, telenovela burlesca. Lo que hay es un encuentro de discursos de época, el del militante y el del gay, que construyen algo demodé, algo hermosamente “fechado”. Estamos hablando de una obra donde al final hay un beso entre dos hombres, una imagen emblemática, que tuvo un impacto a fines de los ‘70 difícilmente traducible al día de hoy. Aunque, como dice Szuchmacher: “Ese beso no está planteado de manera escandalosa, sino que va de costado hacia ese lugar. Pero ver en ese momento a dos hombres besarse no es verlos hoy. Hoy es algo irrelevante”.
Pero desmariconizar no es borrar las marcas de sexualidad de la obra, sino acentuar ese encuentro singular, forzado pero interesante, ese amor diferente e incierto. Szuchmacher da una idea clave: “Toda la obra es sobre si alguien es capaz de hacer algo por otro, sin pedir nada a cambio. Puig escribió eso. Si uno escucha correctamente la obra, escucha eso”. Y ahí es donde El beso de la mujer araña, la imagen mental que se crea cuando uno lee la novela o la imagen real cuando uno ve a Tortonese-Urbaneja arriba del escenario, sigue hablándole al presente: “Molina ayudándolo a limpiar la caca al otro. ¿Cómo a Puig se le ocurre esa escena tan increíble? Que alguien se cague en el escenario. Esa es la situación más ominosa que le puede pasar a una persona. Y si uno va y ayuda al otro en ese momento es el acto de amor más grande. Todo el sistema de traición que hay en la obra parece importante, pero en el fondo no lo es. Finalmente son dos personas haciendo algo sin esperar nada a cambio. Por el amor o por la revolución, son dos personas que se resisten a la traición”.
Molina y Valentín se resisten al paso del tiempo.

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