Decálogo, indagaciones sobre los diez mandamientos
El decálogo son aquellos 10 mandamientos de la ley de Dios que llegaron a las manos de Moisés en el Monte Sinaí y que fueron dados al hombre como principios o normas básicas para el ejercicio de cualquier actividad.Ahora 10 directores y 10 dramaturgos indagan sobre este universo de la teología moral, dando como resultado 10 espectáculos teatrales que, en cada caso, dialogan con la intención del mandamiento original.En su entrega inicial, durante el mes de mayo, presentamos los tres primeros mandamientos, a cargo de Rubén Szuchmacher, Lautaro Vilo, Romina Paula, Mariana Chaud, Andrea Garrote y la mexicana Concepción León Mora.
Matías Umpierrez
Sábados 3, 10, 17, 24 y 31 y Sábados 7, 14, 21 y 28 de junio, 21 hs.
Sala Batato Barea, Entrada: $ 20
I. Amarás a Dios sobre todas las cosas
LA GRACIA
Dramaturgia: Lautaro Vilo
Dirección: Rubén Szuchmacher
Una mujer visita a un hombre postrado en una habitación de hospital. Él está muy grave. Ella también lo ha estado. Viene a perdonarlo. A darle fuerzas para salir adelante.
“Entiendo a los mandamientos como instrucciones. En el primero está el objetivo central, que es mantenerse en el camino de la fe cristiana. Los restantes son sus aplicaciones específicas para poder lograr el primero: no matar, no robar, honrar las fiestas, etc. En esta lógica de las instrucciones aparecía el problema: si el primer mandamiento contenía los restantes, ¿en qué consistía su especificidad? ¿De qué se trataba “amarás a Dios sobre todas las cosas”? ¿Quién es el sujeto que ama, y en qué acción se traduce ese verbo? Donde está el depositario de ese amor y qué cosas son “todas las cosas”. En la resolución poética de estos interrogantes, empezó a configurarse esta obra”.
Lautaro Vilo
Elenco: Berta Gagliano, Juan Manuel Torres
Asistente de dirección: Alejandro Vizzotti
Diseño de Iluminación: Gonzalo Córdova
Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari
Texto: Lautaro Vilo
Dirección: Rubén Szuchmacher
Críticas
15 de mayo de 2008 Revelar la verdad
En el principio era la oscuridad pero no el silencio. La música abre las puertas de un universo aún desconocido.Cuando se hace la luz emerge la contradicción: cierto mobiliario, un ser vendado de manera íntegra, estaqueado en una cama, la clara actitud de una visita, nos remite a un hospital. Pero estos personajes y objetos están enmarcados y el marco construye otras referencias.La mujer enseguida comienza a hablar y ya no habrá de detenerse. El primer gesto del hombre, inmóvil ante la voz de ella, es constituirse en un temblor, la presencia, es evidente, le produce miedo, tal vez, el grado sea aún mayor, pánico.¿Ella será peligrosa? No más preguntas. La indefinición, tal vez, la contradicción patente se produce en la conjunción del espacio, la iluminación y el relato.Si había una percepción de hospital, la construcción no apela a una sinécdoque (una serie de objetos y sujetos en lugar de la totalidad imposible de representar) porque el artificio queda en primer plano, no hay posibilidad de inferir, solamente, centro de salud porque es imposible eludir el marco. El diseño de luces de Gonzalo Córdova, rechaza toda probabilidad de que ese hospital sea verosímil como tal.De manera evidente ciertos signos construyen un referente: sanatorio y otros signos articulan otro ¿un lugar de interrogatorio? ¿un teatro? ( todo el tiempo ella aparece como iluminada fuertemente para que otros la miren, para ser objeto de focalización)Por otro lado, esta luz que no es la única pero que predomina, revela los detalles de todo el espacio que rodea la escena y la constituye como tal. Se percibe el escenario y dentro suyo el recorte, el lugar en el que uno de los personajes permanece y el límite hasta donde el otro personaje se desplaza.Ahora bien, existe una historia, compleja por cierto, con idas y venidas, con un trabajo sobre la ambigüedad que juega magistralmente con los indicios, porque la que habla no busca ocultar sino descubrir pero su palabra es caótica y desordenada, y la “verdad” se revela a medida que se devana el ovillo enredado y confuso de su decir.El trabajo de Berta Gagliano es impecable. Porque construye un diálogo donde no lo hay, el hombre, Juan Manuel Torres, está absolutamente mudo. Ella se asume como andamiaje para sostener la voz ausente del otro, del que escucha, del que no habla pero es fuerte presencia para producir la intervención.Es absolutamente indispensable callar sobre el contenido del relato, sobre la historia que se entreteje cuidadosamente. Sí se puede revelar que, argumentativamente, algo puede devenir en su contrario, pero sin perder identidad.Como diría Deleuze “El buen sentido es la afirmación de que, en todas las cosas, hay un sentido determinable; pero la paradoja es la afirmación de los dos sentidos a la vez.”La gracia, dirigida por Rubén Szuchmacher, se construye como una paradoja, en los términos que acabamos de mencionar. Lo demás no es silencio, es música.
Viernes 16 de mayo de 2008
Amarán el teatro sobre todas las cosas
La gracia, un impecable trabajo de Lautaro Vilo y Rubén Szuchmacher que forma parte del ciclo Decálogo
La gracia, amarás a Dios sobre todas las cosas, de Lautaro Vilo. Dirección: Rubén Szuchmacher. Con Berta Gagliano y Juan Manuel Torres. Ayudante de dirección: Alejandro Vizzotti. Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. En el Centro Cultural Ricardo Rojas. Duración: 40 minutos. Nuestra opinión: muy buena
El ciclo Decálogo, Indagaciones sobre los 10 Mandamientos -que organiza el Centro Cultural Ricardo Rojas y que reúne a interesantes dramaturgos y directores- comenzó con tres espectáculos. Uno de ellos es el que encararon el autor teatral Lautaro Vilo y el director Rubén Szuchmacher. A ellos les tocó la compleja tarea de resolver escénicamente el primer mandamiento: "amarás a Dios sobre todas las cosas". Como ellos son dos personas que aman el teatro por sobre todas las cosas, el resultado de La gracia , como se llama esta experiencia, es verdaderamente inquietante. Claro que explicar el argumento de este trabajo sería un pecado (término más que adecuado para una obra que reflexiona, a su manera, sobre una de las bases capitales del cristianismo) porque el misterio es clave en todo esto. De todos modos, lo que con suma inteligencia propone Lautaro Vilo en su texto es un encuentro entre una mujer y un hombre unidos por un conflicto. Más que eso: los une una situación que tanto social como religiosamente es castigada. Sin embargo, ella le tiende un lazo. Más que eso: quiero salvarlo porque siente que él la salvó y, por sobre todas las cosas, siente que debe amar a Dios. Abrir puertas Pero en esta trama nada será lineal y los datos se irán develando a medida que crece este impecable relato que incluye chispazos de humor. A lo largo de los 40 minutos que dura la obra, se van sumando ciertas claves que alumbran la trama central, que, como un potente cross de derecha, apunta al disparador central de este ciclo, creado por Matías Umpiérrez. En su decodificación escénica, el texto de Lautaro Vilo toma cuerpo en los trabajos de Berta Gagliano y Juan Manuel Torres. A decir verdad, los dos están todo el tiempo en escena, pero el personaje masculino, como se puede apreciar en la foto, yace en una cama de hospital, totalmente enyesado, lo que le impide hablar (¿hacía falta ponerlo en el escenario o es un guiño bizarro?). Sea como fuere, el peso central recae en la misma actriz, que ya sobresalió en varias puestas de Szuchmacher y de Cristian Drut. Su trabajo, sencillamente, es admirable. Cada tono, cada silencio, cada duda, cada inflexión de voz, cada mínimo gesto responde a un complejo y preciso mecanismo de relojería, contenido y explosivo a la vez. Hasta ella es capaz de hacer vibrar a una larga declaración cargada de términos jurídicos. En su interpretación toman cuerpo el maravilloso texto de Vilo y el impecable trabajo de Szuchmacher y de su equipo, compuesto por Gonzalo Córdova, en las luces, y Jorge Ferrari, en la escenografía y vestuario. En cierto sentido, La gracia es una obsesiva reflexión sobre las conductas humanas a partir de un conflicto ético que toma vida cuando los roles de víctima y victimario son cuestionados hasta sus últimas consecuencias. En ese cuestionamiento, Vilo, Szuchmacher y Gagliano no se dan respiro.
Alejandro Cruz
Notas
Ruben Szuchmacher y Lautaro Vilo hablan de su puesta La gracia, en el Rojas
Los mandamientos sobre el escenario
El ciclo Decálogo propone tres piezas sobre los principios básicos del cristianismo:
Por Cecilia Hopkins
El Centro Cultural Ricardo Rojas acaba de estrenar con Decálogo un nuevo ciclo de teatro, cuya particularidad consiste en haber reunido a tres dramaturgos y tres directores con el objeto de producir un espectáculo en torno a tres de los primeros 10 mandamientos, principios básicos del cristianismo presentados por Moisés, según las Escrituras, en el Monte Sinaí. Este ciclo, que continuará a lo largo del año para indagar acerca de los restantes mandamientos, comenzó el sábado a las 21 con el estreno de La gracia, a cargo de Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo; Todos los miedos, por Romina Paula y Mariana Chaud, y El amor perfecto de dos paraguas disfuncionales, por Andrea Garrote y la dramaturga mexicana Concepción León Mora (ver recuadro).
En una entrevista con Página/12, Szuchmacher y Vilo resumen las dudas que los acompañaron durante el proceso de escritura y ensayo: “En principio, el problema que nos planteaba este primer mandamiento, Amar a Dios por sobre todas las cosas –resume el dramaturgo– es que, a diferencia de los demás que dicen no se debe hacer tal cosa, afirma algo que es necesario hacer. Y ya se sabe que en el teatro negar es mucho más interesante que afirmar”. En los análisis previos –ninguno de los dos se considera religioso–, Vilo y Szuchmacher entendieron que, de las 10 instrucciones que implican los mandamientos, “en el primero está implícito el objetivo central, que es mantenerse en el camino de la fe cristiana”. Al admitir que “los restantes mandamientos son las aplicaciones específicas para lograr el primero –no matar, no robar, honrar las fiestas– no encontraban, sin embargo, su especificidad. “¿Quién es el sujeto que ama y en qué acción teatral podría traducirse ese verbo?”, se preguntaban. Ambos concluyen afirmando que “en la resolución poética de estos interrogantes empezó a configurarse La gracia”. La obra está interpretada por Berta Gagliano y Juan Manuel Torres. La escenografía y el vestuario pertenecen a Jorge Ferrari, y el diseño de iluminación, a Gonzalo Córdova.
–¿Cuáles fueron las primeras dificultades que les planteó este trabajo?
Rubén Szuchmacher: –Santificar las fiestas, no matar, no robar, honrar al padre y a la madre, todos brindan situaciones dramáticas maravillosas...
Lautaro Vilo: –Teníamos que encontrar un verbo específico para traducir la acción de amar. ¿Dónde amar a Dios? ¿Cuáles son las otras cosas sobre las cuales uno debería amarlo? En una lectura rápida de este mandamiento, uno puede pensar en una guerra santa, por ejemplo.
R. S.: –Pensamos que enfocarlo desde algún fundamentalismo era la tentación que nos ofrecía meternos con un tema teológico. Y quisimos corrernos de ese lugar.
–¿Tiene sentido para dos personas que se consideran no religiosas ocuparse de un tema como éste?
R. S.: –Nosotros pensamos eso mismo en un principio, pero después aceptamos trabajarlo sin caer en facilismos. Nos llevó meses de elaboración.
L. V.: –El proceso de escritura de esta obra fue el más tortuoso que tuve, por la inasibilidad del tema. Tampoco queríamos hacer una parodia de la religiosidad, sino pensar en qué consiste la doctrina religiosa del cristianismo. Y vimos que los mandamientos son instrucciones, son lo que se hace o se deja de hacer en el mundo. Y obtener la gracia divina tiene que ver con la voluntad del individuo para desarrollarse espiritualmente.
–¿Cuál fue la conclusión, entonces?
L. V.: –Para nosotros, la inmanencia de este primer mandamiento tiene que ver con el amor y la defensa de la vida, del estar sobre el mundo. El pensamiento religioso no volvió etérea esta obra, sino ligada a lo ético y lo moral. Finalmente, una religión sirve para determinar cuál es el comportamiento ético a observar.
–¿Cuál fue la situación teatral resultante?
L. V.: –No queremos revelar demasiado, pero podemos decir que hay una persona que tiene muchos problemas para estar en la vida y otra que llega para darle ánimo. La obra presenta una crisis ética en relación con la vida y la muerte. Así, el espectador debe descubrir por qué estas personas están juntas.
R. S.: –El desafío más interesante era no escabullirle al tema, lograr que el mandamiento que nos había tocado fuese parte estructural del relato escénico. Es decir, no derrapar y terminar hablando de otra cosa. La obra tiene una densidad muy particular, especialmente si se la compara con el “tarambanismo” que hay en el teatro en este momento.
–¿En qué consiste ese “tarambanismo”?
R. S.: –En que hay una gran dificultad para trabajar ideas complejas. No voy a decir mucho más que eso... Esta obra propone, con gran austeridad, que el espectador siga con atención lo que se dice en sus cuarenta minutos de duración. La puesta se contrapone a la teatralidad desbordante que caracterizó al Rojas desde los tiempos de Batato y Urdapilleta.
3 de mayo de 2008
Sección Cultura
Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo
“Los nuevos creadores son tilingos”
Hoy estrenan La gracia, parte de un ciclo dedicado a los Diez Mandamientos. Y miran el panorama teatral con escepticismo.
Por Natalia Laube
Suena paradójico que dos personas apasionadamente ateas se hayan dedicado a explorar un mandamiento que incluye y le da sentido a los otros nueve. Cuando Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo aceptaron la invitación de Matías Umpiérrez (coordinador del área de teatro del Centro Cultural Rojas) de tomar un mandamiento para investigar su capacidad escénica en el marco del ciclo Decálogo-Indagaciones sobre los Diez Mandamientos, recibieron a cambio una tarea difícil: montar una obra de teatro a partir de un solo concepto inaugural: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”. “No hubo mucha opción de cambiarlo, por algo son mandamientos, ¿no?”, bromea Szuchmacher, director de La gracia, que se estrena esta noche, a las 21, en la sala Batato Barea del Rojas. Para Vilo, responsable de la dramaturgia, la mayor complejidad de la sentencia que les tocó en suerte “radicaba en su imprecisión, porque es el único mandamiento que no entraña la decisión de ningún conflicto en sí mismo. Y ahí surgió el primer problema: había que definir qué significaba amar, qué significaba Dios y qué significaban las otras cosas”. Agrega Szuchmacher: “Y sobre todo, abordar todo eso desde la falta de pensamiento religioso que tanto Lautaro como yo tenemos. Era todo un punto no ser creyente y tomar este mandamiento que contiene a todos los demás. Creo que los otros nueve tienen, de alguna forma, una lectura más dramática. Si a uno le toca ‘No matarás’ por lo menos sabe que hay un muerto, o un intento de asesinato, o el deseo de matar; algo se configura. Ahí yo veía una dificultad, pero me parece que la decisión que se tomó finalmente resultó buena, porque aborda el tema pero no lo vuelve explícito ni se cayó en la tentación de criticar el fundamentalismo: Lautaro pegó un salto que nos hizo caer en un lugar completamente distinto”.
En vez de poner en escena gente que mata en nombre de la religión, Vilo se decidió a escribir sobre el amor a la vida, partiendo de la historia de una persona con problemas de salud que lucha por salvarse. “Por suerte, pudimos evitar las zonas más peligrosas, caer en la crítica más sosa de lo religioso o parodiar a la clase media que no mira a Dios. La opción que quedaba era empezar a pensar de qué hablaba la idea de decálogo hoy, en este momento. Y creo que quizá la lectura esté más relacionada con los problemas morales y éticos que con la idea de la Iglesia”, analiza.
–¿Qué características particulares se plantearon como piezas de un Decálogo del Rojas?
–RS: Sería bueno que el público entendiera que este tipo de ciclos hay que verlos en su totalidad. No se puede ver una sola obra, por más que tenga su independencia, porque la constitución más perfecta de un ciclo aparece cuando se puede entender su total diversidad. Por algo estamos insertos en una propuesta que es un colectivo. De la misma manera, los espacios determinan, son envases de ideas, de ideologías, de prejuicios. Emiten palabra.Y las obras que uno hace están en relación con ellos: el éxito o fracaso que pueda tener un espectáculo se relaciona inevitablemente con si se establece algún tipo de polémica, fricción o identidad con el lugar en el que está. Si no hay reflexión sobre eso, si da lo mismo que una obra esté acá o allá, algo se está haciendo mal. En ese sentido, yo ya conozco el Rojas porque he trabajado mucho ahí y tengo la sensación de que hemos tomado por el camino correcto.
–El resto de los equipos está conformado, en su mayoría, por dramaturgos y directores de la nueva camada. ¿Qué piensan de ellos?
–RS: Se van a enojar todos, pero me parece, por las cosas que estoy viendo, que les cuesta mucho precisar, configurar, entender la preexistencia de signos. Y, para colmo, cualquier rapto de ingenio es alabado de una manera impresionante, sin que se entienda que el ingenio no es artístico en sí mismo. El ingenio puede ser una parte de una configuración de algo pero no necesariamente va a dar una complejidad. Tengo la sensación de que les está pasando eso: en los talleres hay algo que funciona, que sirve para resolver en diez minutos, pero el salto a una constitución artística extensa es mucho más complejo. Y creo que personas como Lautaro son castigados porque no acceden a esa fiesta. A mí me parece que desde los mismos creadores, desde los actores y desde la crítica, no se toman el trabajo de reflexionar, de decir: “Esto es un germen muy interesante, tomate dos años para pensar y hacerlo crecer”. Entonces estamos llenos de espectáculos en proceso de formación pero ya circulan por el mundo, se muestran, acceden a festivales internacionales. Hay una especie de gran desorden que en lo artístico aparece en una profusión irreflexiva. Estaría bueno que a los maestros, a los directores, a los actores, a los que dan los subsidios no les diera lo mismo; porque no pasa solamente por criticar la situación sino por organizar las estructuras de poder que avalan eso.
–LV: Si el teatro no se reubica como una actividad compleja, si lo que están haciendo los actores lo puede hacer cualquiera que está en la butaca, estamos en problemas. La composición de una obra no puede ser un anecdotario de adolescentes tardíos. El desafío generacional, me parece, está en ir formando las voces particulares. Leo mucha dramaturgia que se parece, como si fuera de un solo autor. Ese autor imagina, generalmente, situaciones en habitaciones de clase media o, cuando se pone más fascista, compone departamentos de Lugano donde son todos medio bobos. Y yo entiendo la buena onda de esos autores, pero también entiendo su miopía política.
–RS: Quizá el problema pase por la falta de trabajo genuino, porque el neoliberalismo también operó sobre el teatro. Es que ante la falta de puestos dignos es posible acceder a la industria cultural con pocos recursos y unas habilidades enseñadas muy al pasar. Si encima me dan un subsidio por eso, ¿por qué me voy a reprimir? Los nuevos creadores son tarambanas y tilingos, es cierto, pero me parece que hay un sistema que está avalando esa falta de creatividad.
Timonazo temático para el Festival Internacional
Desde diciembre pasado, Rubén Szuchmacher es el director del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) junto a Alberto Ligaluppi. Szuchmacher está entusiasmado con el proyecto y ya comenzó a ver las obras de teatro seleccionadas en la edición anterior, como una forma de comprender el criterio de curaduría que se empleó hasta ahora. “El diseño del próximo festival está armado casi por completo, lo que hay que hacer ahora es empezar a llenarlo con obras; elegir qué va a venir. Tenemos una línea de lo que queremos y lo que no queremos traer de afuera: sabemos, por ejemplo, que no vamos a buscar nada en otros festivales, sino en las ciudades y que queremos acrecentar la presencia de Iberoamérica. Nos interesan los espectáculos de sociedades en crisis, de países en guerra. Buscaremos por ahí, porque nos interesa resignar un poco la modernidad tilinga europea en pos de temáticas interesantes.” El timonazo no sólo será temático, sino también cronológico: “Vamos a intentar sacar al FIBA del año electoral, porque nos pidieron que el festival pase a octubre y sería bueno que no coincidiera con las votaciones. La idea es hacer un festival en 2009 y otro en 2010 y seguir, de allí en más, en los años pares”.
Aquellos Diez Mandamientos de la Ley de Dios que llegaron a las manos de Moisés en el monte Sinaí y que fueron dados al hombre como principios o normas básicas para el ejercicio de cualquier actividad.
“La idea era constituir un ciclo que reúna a una cantidad de artistas, dramaturgos y directores a partir de una consigna puntual en la que todos pudieron indagar sobre un cierto territorio y a partir de esto nació hacer un ciclo que trabaje sobre la teología moral, sobre las cuestiones que están arraigadas sobre todos, en personas religiosas o no.
Lo importante es cómo están los Diez Mandamientos metidos en las sociedades occidentales”, señala Matías Umpierrez, curador y coordinador Área Teatro, del Centro Cultural Rojas.
A partir de esta idea nació este ciclo, en donde un director y un dramaturgo en cada caso indagan sobre los Mandamientos. En total son 10 directores y 10 dramaturgos.
“También hay una decisión muy concreta y política de que exista la figura del director y del dramaturgo, porque hoy todo se fusiona y casi no hay trabajo de puesta. Y acá concretamente la búsqueda es que hay alguien que se responsabiliza del texto, y hay alguien que se responsabiliza de montar el espectáculo”, asegura Umpierrez.
PRESENTACIÓN. Los Diez Mandamientos se van a presentar en dos años; en este primer año se van a presentar seis, y los cuatro restantes, el año que viene. “Es muy posible que el año que viene, en el 2009, en algún momento estén las diez obras en cartel”, acota Umpierrez.
En su entrega inicial, durante mayo, se presentarán los tres primeros Mandamientos, a cargo de Rubén Szuchmacher, Lautaro Vilo, Romina Paula, Mariana Chaud, Andrea Garrote y la mexicana Concepción León Mora.
PARTICIPANTES. Según el curador del ciclo, la idea para ampliar el diálogo es trabajar con algunos artistas iberoamericanos. Así el trabajo se realiza en conjunto con dos instituciones, una es el Centro Cultural Helénico, que trae dos artistas mexicanos, que son dos dramaturgos, y el Centro Cultural España que trae a dos españoles. Este proyecto, también apoyado por Iberescena y por el Fondo Iberamericano de Apoyo Cultural, “hace que de alguna manera tenga más estructura y más sentido el ciclo”.
Montaje decadente
Jueves, mayo 29, 2008
Teatro: Decálogo, mandamientos 1,2 y 3
por Lucho Bordegaray
“amarás a Dios sobre todas las cosas”
la gracia
Ya anticipé algo: la precisa mirada que Lautaro Vilo ofrece sobre el tema que le corresponde en este ciclo lo hace, hasta el momento, el único que ha reflexionado rigurosamente en el universo de la teología moral.Un hombre está en cama, internado en un hospital, totalmente vendado. Entra una mujer. Él la reconoce y se altera. Ella fue para perdonarlo. Cree que al perdonarlo cumple con lo que su dios le pide. Sin embargo, ese dios pide más. No alcanza con aquietar su conciencia por lo que pudo haber sentido hacia ese hombre. No: también está en juego el devolverle la paz a él. Así, “amar a Dios por sobre todas las cosas”, lejos de ser una elección que endulza fácilmente la vida mientras suenan de fondo canciones de alabanza y fraternidad universal, se torna un ejercicio terrible, doloroso, que hasta escapa a la razón (quizás por eso, a quienes lo vemos desde fuera, nos resulta irracional).Esta es una pieza áspera, y está muy bien que así lo sea: hay algo de tremendo en lo divino que nunca puede resultar seductor o atractivo. Pero Vilo supo crear un texto que no pierde belleza ni aun cuando traza episodios o emociones desagradables. Y con un entramado tenso y firme, a través de las ideas –al principio confusas, de a poco más precisas– que va expresando esa mujer, nos encamina al encuentro con lo que se esconde entre los dos personajes.Berta Gagliano asume el rol de esa mujer, y en él se desagarra, reconstruye su integridad, se abate y vuelve a estar de pie. Habla sola, pero no consigo misma, sino como dialogando con ese hombre que ni puede articular una palabra. Y atrapa al espectador incluso cuando cita de memoria algo tan desabrido como una actuación con tecnicismos judiciales. Expresa con sutileza un profundo dolor, y hasta en los menores gestos hace visible la lucha que se está desarrollando en el interior de su personaje. Un trabajo admirable.El hombre –injusto sería no nombrarlo– es Juan Manuel Torres.El espacio escénico, despojado hasta la parquedad, nos refiere también a esa vida en extremo ascética, carente de todo placer y distracción sensible, que los místicos consideraban como camino obligado del alma en su elevación.La dirección es de Rubén Szuchmacher, quien sin dudas logra convertir cada palabra, cada idea, cada sensación en inquietud, asombro y vértigo, exhibiendo así la situación de quien cree encontrarse ante esa inmensidad insondable a la que le ha identificado como dios. El excelente texto de Vilo alcanza su punto justo de la mano de Szuchmacher, por lo que esperamos que este equipo se reencuentre prontamente.
El resto del comentario está en: http://montajedecadente.blogspot.com/2008/05/teatro-declogo-mandamientos-1-2-y-3.html
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