26 octubre, 2005

ENRIQUE IV, de Luiggi Pirandello







Enrique IV
Autor: Luigi Pirandello
Traducción: Daniel Brarda e Ingrid Pelicori





Con Alfredo Alcón, Elena Tasisto, Osvaldo Bonet, Horacio Peña, Roberto Castro, Analía Couceyro, Lautaro Vilo, Pablo Caramelo, Javier Rodríguez, Pablo Messiez y Francisco Civit
Iluminación: Gonzalo Córdova
Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari
Dirección: Rubén Szuchmacher


Miércoles a Domingos a las 20hs.
Sala Casacuberta - Teatro San Martín



Complejo Teatral de la Ciudad de Buenos Aires





























Críticas y Notas













2 de agosto de 2005




El juego de las máscaras



Una lograda puesta de "Enrique IV", con la soberbia actuación de Alfredo Alcón y dirección de Rubén Szuchmacher.



Un texto exquisito, una puesta lograda y un Alfredo Alcón soberbio. Con pocas palabras puede sintetizarse el Enrique IV de Luigi Pirandello (1867-1936), que acaba de estrenarse en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, bajo la dirección de Rubén Szuchmacher. Cuando los actores salieron a saludar el sábado —en la función para prensa e invitados especiales—, se llevaron la feliz sorpresa de unos aplausos merecidos, intensos y muy prolongados.


En esta obra, Pirandello propone una anécdota divertida y una postura filosófica muy atractiva. Pero son clave la puesta en escena y la interpretación de los actores en la representación de las piezas de este dramaturgo italiano; porque aunque sus textos son portadores de teatralidad, no es sencilla la transposición de sus obras a la escena. La primera parte de Enrique IV está llena de grandilocuencias, ya que el entorno del protagonista mantiene la ficción en la que éste cree vivir: la corte de Enrique IV. Pero la puesta desestructura fácilmente las situaciones más rígidas y el humor gana terreno fácilmente.


Un aristócrata del siglo XX que encarna a Enrique IV de Alemania en una cabalgata de carnaval, se cae del caballo, se golpea la cabeza y se vuelve loco. Por varios años cree que es verdaderamente el emperador: queda fijado en ese rol. Cuando recobra la razón, decide seguir fingiendo estar loco para no volver a la realidad: pero repentinamente revela la ficción en la que vive y hace vivir a los demás.


Cuando llega la escena en la que el protagonista explica por qué, habiendo recuperado la cordura, decidió seguir siendo Enrique IV y simular locura, Alcón alcanza su mejor momento. Resulta imposible al espectador permanecer impasible frente a esa imagen: algo se mueve en uno cuando escucha las razones de un loco, capaces de desestabilizar la cordura de muchos.


Enrique IV es una pieza con mucho humor y ese aspecto está muy bien trabajado en esta puesta. La vigencia de los recursos humorísticos de un texto de 1922, es en gran parte mérito de la dirección.


Alcón maneja muy bien los matices de su personaje y utiliza los tonos exactos para cada momento. Elena Tasisto se luce como la marquesa Matilde Espina, haciendo gala de su talento; Horacio Peña es el barón Tito Belcredi y compone con maestría a su personaje; Analía Couceyro es Frida, la hija de la marquesa y su criatura se impone en los momentos adecuados. Osvaldo Bonet interpreta a Juan, servidor de Enrique IV y despierta en el espectador ese sentimiento de misericordia que también experimenta hacia él el emperador, cuando advierte a los cortesanos que no se burlen de él, un fiel servidor. Lautaro Vilo es el marqués Carlo di Nolli; Roberto Castro, el doctor Dionisio Genoni; Pablo Caramelo, Javier Rodríguez, Francisco Civit y Pablo Messiez son los cortesanos y todos interpretan sus papeles con mucha gracia.


La escenografía y el vestuario —es muy acertado el contraste de colores entre la vestimenta que corresponde al siglo XI y la del XX—, pertenecen a Jorge Ferrari. Y la iluminación de Gonzalo Córdova enfatiza las situaciones de mayor fuerza dramática.


Esta obra con la que Pirandello opone apariencia y realidad, y abona la teoría del gran teatro del mundo, pone el acento en la mascarada en la que inconscientemente vivimos, creyendo que somos una cosa e ignorando que sólo llevamos el disfraz de algo. El hombre vive ese engaño soñando ser rey o cortesano; escondido tras ese disfraz queda el verdadero ser. Por eso el protagonista de Enrique IV asume conscientemente un disfraz, el de Enrique IV de Alemania, porque si se trata de vivir con una máscara, él prefiere asumirlo y elegir el traje. Se ríe de los demás que se creen cuerdos y suponen que él está loco. Y la pregunta queda sin respuesta: ¿Quiénes son los locos? ¿Los que son llamados locos o los que son llamados cuerdos? A veces, el peso de las palabras aplasta la verdad.


María Ana Rago